El rezador de las ánimas
Enrique Angulo se levanta muy temprano para realizar sucomunicación con las almas.Por cuatro
décadas, Enrique Angulo reza a media noche, durantenueve jornadas antes del Día
de los Muertos. Lo hace por el aliviode las almas del purgatorio, en Puéllaro,
noroccidente de Quito.Ya son casi las 23:h40. Las puertas del cementerio de Puéllaroestán abiertas, como esperando a Enrique Angulo.
Hace frío y la
luvia no cesa. Cerca de la medianoche, dos jóvenes
y un mendigocaminan por las calles del pueblo. Se oye el ruido de las
gotas.Enrique, a pesar de las enfermedades que padece a sus 75 años,está a
punto de empezar con el cuarto día de la novena (que va del24 al 1 de noviembre
de cada año) por la salvación de las almas delpurgatorio. Duda en salir, debido
a que un médico le ha prohibidorealizar esfuerzos. Le basta un paraguas para
decidirse. Toma elalba (una túnica y un gorro blanco) y una campana. Se dirige
haciala cruz del cementerio, que está a menos de 30 metros de su casa.Ahí es
donde inicia la procesión.Ese podría ser el comienzo de su historia, pero no lo
es. En realidadtodo comenzó cuando su hija Anita, de 11 años, sufrió de
fuertesdolores de estómago. Enrique y su esposa, Ana, hicieron todo loque
estuvo a su alcance para salvarla, durante dos años. Lallevaron a un curandero,
que aliviaba su dolor por varios meses, asícomo a doctores calificados. El
esfuerzo se desvaneció cuando unaperitonitis destruyó sus intestinos. En el
hospital tardaron en darsecuenta lo que pasaba. La niña pasó 18 días
agonizando, hasta quemurió.Él y su esposa no encontraban consuelo. Se
deprimieron tanto quegolpeaban la lápida a diario, sin encontrar respuesta. Al
notar esegran dolor que estaba acabando con sus vidas, el párroco del sector
conminó a Enrique a que visitara a Mesías Ayala, el antiguoanimero (reza por
las almas del pueblo), quien se encontrabaenfermo en el hospital. Mesías supo
que Enrique, sería su sucesor desde que lo conoció. Le entregó el alba y la
campana. Y le dijo queno era una misión fácil sino de mucha fe y entrega.Según
consta en documentos de folclore ecuatoriano, rezarle a lasalmas fue una tradición
antigua del reino de Castilla, España, quellegó al país con la conquista
española. En Puéllaro y en variospueblos de la Sierra aún se practica el
ritual, que está ligado a laIglesia Católica. Sin embargo, existe un documento
de 1903, quedice que el obispo Federico González Suárez comunicó a los
párrocos de cada provincia que no permitieran se
realice estanovena. Menos que se la relacione con penitencia o fe de la
Iglesia.A pesar de la disposición y del rechazo de una parte de losfeligreses,
esa tarde en que Enrique heredó su labor, sintió “unafelicidad enorme. Iba a
estar ligado de por vida a las almitas. Era unmisterio, una dicha que el señor
me envió”.Para la novena, le explicó Mesías, había un proceso que no sepodía
tergiversar. Debía empezar rezando tres credos y tres padresnuestros, luego de arrodillarse
y encomendarse al señor en la cruzdel cementerio. Exactamente así lo hace. La
lluvia no aguarda lanoche del cuarto día. En Puéllaro, un pueblo ubicado
alnoroccidente, a una hora y media de Quito, donde vivenaproximadamente 10.000
personas, el suelo es terroso, fértil yproductivo y ahí justamente, en la
tierra, es donde se lleva a laspersonas más pobres del pueblo. A las bóvedas, a
quienes tienenun poco más de dinero. Pero todos están juntos en el lugar, ricos
ypobres.Por todos, ora Enrique esa noche, en que las almas, dice lodespertaron
de su sueño junto a su esposa y lo impulsaron a pesar del clima. Antes de
empezar, tiene bien aprendida una lección:“nunca se debe regresar a ver hacia
atrás. Podría ver a alguno demis conocidos. Mariano Flores, el animero de
Aloguincho (unalocalidad cercana a Puéllaro), me contó que un día se cayó en
uncamino. Sin querer volteó. En ese momento vio a cientos dehombres, de mujeres
y niños, vestidos de blanco… Claro, supongoque eran las almitas”, dice.Antes
del recorrido también especifica que siempre tiene que estar solo y no
responderá ninguna pregunta en la próxima hora. “Notendría sentido que vaya
acompañado, la labor del animero essolitaria”. Confiesa que no es fácil
ingresar a un camposanto amedia noche, que hay que mantener una cierta conexión
con Dios,con las almas y mucha fe.Cada sonido en un cementerio sin luz, en un
pueblo alejado, podríaasustar. No es así. Desde que Enrique se arrodilla sucede
algoncreíble. Es como si transmitiera cierta tranquilidad. No hay másmiedo. Es
un lugar de paz, así lo siente el animero. Y con vozlastimera canta una
estrofa: “Por tu sangre/ Por tu muerte/ Y por tupasión sangrienta/ Apaga señor
tu fuego/ Que a las almasatormenta”. Son las 24:h00. Mira el reloj y se retira.
En esemomento cree que las almas, que no han encontrado su camino, loacompañan
en la procesión.Medita, mientras recorre cerca de cinco kilómetros y en cada
cuadra(aproximadamente) se detiene un momento y casi en un trance tocala
campana. Pide: “Un padre nuestro y un Ave María para eldescanso y el alivio de
las almitas del Santo Purgatorio, por el amor de Dios…”. Dos jóvenes, que beben
media botella de licor, loobservan asombrados. El pueblo duerme. No le importa.
Tiene lafuerza para subir cuestas empinadas, que a un adolescentecansarían.No
tiene miedo a los perros que ladran y amenazan con morder.Uno se acerca a su
túnica. Le basta una mirada para detenerlo.Atraviesa por baches, tierra que se
hunde, calles sin luz, y vuelve arezar por las almas. Aunque ya nada es lo que
era. El dolor deestómago, a momentos lo retrasa. No así el cáncer a la próstata
denivel tres, que le diagnosticaron en Solca, y del cual fue operado enCuenca:
“las almitas en ese momento intercedieron por mí. Meayudan para que haya podido
desempeñar esta labor por más de40 años. El 2007 no puede estar porque me
estaba reponiendo”.Todavía no encuentra un reemplazo. Mariano Flores, el
animero deAloguincho, realizó la procesión los dos primeros días (24 y 25
denoviembre) en Puéllaro, pero Enrique asegura: “a la gente no legustó, no hizo
lo que le dije, y pedían que yo regresara. Por esoestoy aquí”.Ha recorrido más
de 30 cuadras. Y la campana vuelve a sonar conla intención de que en ese
momento, quien la escuche implore enuna oración: “por las almas del purgatorio
que no han podidoingresar por la puerta divina”. Solo una mujer de unos 30
añosresponde al llamado desde una ventana. Enrique es consciente deque los
tiempos han cambiado. Que los jóvenes no están ligados aas creencias. Que
seguramente afectó que un programa televisivomidiera la intensidad de
manifestaciones paranormales en losrecorridos de los animeros de la zona,
asegurando que eran“altísimas”.Lo cierto es que en Tucres, La Ciénega, El
barrio de la piscina, LaMerced, El Parque Central y otros, solo se divisan
sombras de lascasas. También un mendigo que es protegido por su perro y quecon
incertidumbre ve pasar a Enrique. “Hay que tenerle más miedoa los vivos que a
los muertos” dice un adagio popular. Enriquecamina por la Panamericana y dos
borrachos en una camionetacasi lo sacan del camino: “Hola animero”, le
gritan.Casi es la 01:00. Enrique decide regresar. Se cambiará de ropa. Apesar
de la fuerza que lo mueve, el recorrido es para el ex obrero yhoy jubilado una
locura, un esfuerzo supremo. “No puedo retirarmea medio camino, si no dejo a
las almitas en su lugar, es que ellaspueden castigarme”
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